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Del campo a la taza: una mañana recolectando café en Jayuya

Del campo a la taza: una mañana recolectando café en Jayuya

Es una mañana de diciembre, y el líquido energizante que les da los “buenos días” a muchos en el mundo, será el protagonista del día para 78 voluntarios que recolectarán su materia prima: las cerezas de café.

A eso de las diez menos cuarto de la mañana, el avigorado colectivo se dirigía a la cima de una montaña, en la Hacienda Encantos en Jayuya, para la cosecha.

Se trata de los empleados y personal de la cadena multinacional estadounidense de cafeterías Starbucks Coffee, en Puerto Rico, que participan de la décimo octava edición de “No lo Dejes Caer”, una iniciativa anual que busca apoyar a los caficultores locales durante la temporada de recolecta.

Apenas comenzando la jornada, entre arbustos, los ‘partners’ (empleados) cruzaban el fango, embarrándose los zapatos que, alrededor de las cuatro de la mañana, se habían puesto para esta aventura.

“Oficialmente ya están bendecidos en una finca cafetalera”, dice Daniel Morales, agrónomo encargado de la hacienda, mientras se ríe.

Justo después de la complicada y resbalosa hazaña, cada uno, con su cubeta en mano, comenzó a escalar la empinada cuesta cautelosamente —de forma que no se toparan con la desdicha de pisar algún hormiguero.

Una vez en el tope, el fresco mañanero del campo rozaba sus frentes cubiertas de sudor, premiando así sus esfuerzos. “Hay que respirar este aire, que no lo tenemos allá”, exclama un compañero del área metropolitana de San Juan.

Lo llaman el “predio del bizcocho”, pues desde esa cima completamente plana, se aprecia una vista panorámica de 360 grados que abarca las majestuosas montañas de la Cordillera Central.

A la distancia, avistan el Cerro Punta —pico más alto de Puerto Rico.

Bajo el ardiente sol, y sintiéndose tan diminutos como hormigas, el equipo de Starbucks Coffee permanecía atento a las instrucciones. “Los veo bien motivados para recoger café”, celebró el agrónomo.

Así, la mayoría con sus guantes blancos puestos, y los más bravos y bravas con sus manos descubiertas, cada cual adoptó un árbol para comenzar a extraer sus preciados frutos rojos y, en algunos casos, amarillos.

De un momento a otro, un silencio arropó la montaña, y solo se podían apreciar los continuos “tun” de los granos de café cayendo en las cubetas. “Eso es música”, dice Morales.

Pero mejor aún es cuando ya no se escuchan las semillas cayendo, pues quiere decir que los baldes se están llenando.

Como si se tratara de una búsqueda del tesoro, los voluntarios inspeccionaban minuciosamente cada rama para asegurarse de no prescindir de ningún grano maduro.

Apenas una hora había pasado, cuando tuvieron que cesar sus trabajos ya que una nube gris a la distancia los amenazaba, prometiendo bañarlos —y posiblemente resfriarlos.

Esta es la realidad para los caficultores y caficultoras, quienes comienzan sus jornadas a eso de las seis o siete de la mañana y, en muchas ocasiones, tienen que suspender sus labores del día cuando son sorprendidos por un aguacero.

Por desgracia, en Puerto Rico, la época para la recolecta de café coincide con la temporada de lluvia y huracanes.

“Dentro de toda la fealdad, esta es la belleza del café– que lo hace más especial. ¡Es escaso!”, señaló el agrónomo, quien, justo después, prometió anunciarles, a los ‘partners’, cuántas libras recogieron.

Cual si fuera el veredicto de un tribunal, los voluntarios esperaban ansiosamente conocer los resultados de su recolecta.

“279 libras; casi diez almudes”, dicta Morales. Es decir, de haber sido caficultores, quedarían todos despedidos, o, por lo menos, transferidos de puesto, pues un solo recolector de café reúne normalmente unas 28 libras, o un almud, cada hora.

Reconociendo la importancia que representa la iniciativa para sus empleados, la directora gerente de Starbucks Coffee Puerto Rico, Idis Ortiz López, expresó que “somos los últimos diez pies, que es, ya que pasa todo el proceso del cultivo, del crecimiento, de la recolección, del tostado, del proceso y del empaque, llega a nuestras tiendas –a nosotros– a colar esa bebida, que es tan importante. Así que, en los últimos diez pies, tú no puedes dejar perder ni un grano porque el trabajo es bien arduo”.

Por su parte, Morales recalcó la necesidad de continuar promoviendo este tipo de evento. “No podemos dejar que se caiga el café porque, para que un granito de café llegue a su estado de maduración en la plantación, se puede tardar hasta tres años. Esto es un esfuerzo que podemos estar tres años haciendo en el campo, contra viento y marea, contra plagas, contra mil cosas, y, si no se recolecta, se va a caer”.

Ya en la comodidad de la hacienda, los 78 partners se dirigían a la mesa donde se colaría el café (molido, no el recién recogido) para ser degustado.

Con la destreza y paciencia de un maestro catador de café, el técnico de laboratorio de Puerto Rico Coffee Roasters y baristaChris Acevedo, iba preparando y sirviendo el líquido reavivante, mientras se desprendían aromas dulces, con notas frutales y toques sutiles a nueces.

En instantes, el néctar oscuro, contenido en los pequeños vasos de cada voluntario, comenzó a desaparecer y, así, todo el esfuerzo que antecedió su deguste.

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